Improvisaciones

Recordaba Pemán que toda improvisación debería quedar relegada a su “humilde concepto clásico”, esto es, a un simple, o complicado según se mire, juego de ingenio durante el cual el azar se convierte en la décima musa que reemplaza a las nueve hermanas. Y el simbolista Valéry atormentaba su prosa poética sentenciando que el escritor verdadero es ese hombre que no encuentra palabras y entonces las busca y buscándolas las encuentra. A mí esta definición me recuerda mucho al tormento que sufren nuestros políticos si no les queda otra que improvisar. Montoro un suponer, o Rubalcaba cuando ejercía de portavoz del gobierno, o Cospedal que suele rendir pleitesía con regularidad espartana a la décima musa del azar y así de bien le salen sus improvisaciones. Ya se sabe que, de la misma manera que el hablante tiene sus intenciones, el oyente también tiene la suyas y, a veces, no son todo lo buenas que el improvisador desearía.

Todo orador debería saber que el público no perdona la antipatía ni, por supuesto, el aburrimiento. La comunicación no verbal (hosquedad en el gesto o en la mirada) no altera el contenido del discurso, pero sí modifica radicalmente la opinión que se forman los espectadores del orador. Y malhaya la brevedad. Le dicen a un tertuliano que sea breve, muy breve, y automáticamente su frente se abrillanta con las perlas de sudor a lo Valéry: no encuentra palabras pero las busca y las busca; a veces las encuentra y otras veces, no. Pero ser breve no significa hablar durante poco tiempo, ni  aceleradamente, significa algo tan difícil de conseguir cual es no introducir en el discurso frases innecesarias o palabras de difícil pronunciación.

Escribir ayuda a pensar, aclara las ideas y las fija en la memoria. Y como nadie está a salvo de cometer errores, aconsejaba Gracián olvidar los yerros hechos y no incidir en los por hacer. A lo mejor esta conseja aproxima a los políticos a la categoría de genialidad. Norman Mailer recuerda que Kissinger ponía a Nixon de genio porque, para sus entendederas, genial es el hombre capaz de infringir la regla fundamental de un deporte o una disciplina cualquiera y no sólo sobrevivir, sino trascender a todos los competidores. Durante la campaña en que se disputó con McGovern la presidencia, Nixon concedía entrevistas a los medios de comunicación en las que nada había de improvisado y  resultaban previsibles y aburridas: lo que él quería era que los periodistas prestaran más atención a sus mítines en donde solía atacar virulentamente a su contrincante político. Lo consiguió. Nixon fue siempre la demostración palpable de que un político impopular, hasta entre la gente de su propio partido, podía ganar las mayores elecciones libres del mundo. Como resumió el propio Kissinger “Nixon no ofrece nada auténtico de sí mismo”.

Una última recomendación: cuando se ha dicho todo lo que se tiene que decir, hay que saber callarse.

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